lunes, 25 de septiembre de 2017

EL NACIONALISMO ESPAÑOL EN "EL PROCÉS"



Introducción

Desde los medios de comunicación españoles llevamos décadas recibiendo el mensaje: lo que se hace en Cataluña y el País Vasco es nacionalismo, lo nuestro es constitucionalismo. A renglón seguido se enumeran todas las maldades del nacionalismo, se sacan las citas de Sabino Arana o de algún troll catalanista, y se acabó el debate.

No seré yo el que defienda el nacionalismo. Lo que pretendo es afirmar que la ideología que mueve a los gobiernos españoles y a la población que les vota es el nacionalismo, y que el españolismo es el peor de los nacionalismos ibéricos.

A estas alturas de la película, ya sabemos que los nacionalismos son unos movimientos políticos generados en el siglo XIX por una clase social para formar (y ocasionalmente ampliar) un país en el que llevar a cabo su proyecto político, social y económico. Cada caso tiene sus peculiaridades, pero esta afirmación es válida tanto para los países que habían de crearse (Alemania) como para los territorios que ya existían como realidad política previa (España).

Por tanto, es el nacionalismo el que genera la nación. [i]

Dos tipos de nacionalismo surgen a finales del XVIII. Uno, relacionado con los movimientos democráticos, pone el énfasis en la voluntad de ser. La pertenencia a una nación se basa en la elección de las personas. El otro, más ligado al liberalismo, se centra en la cultura. La pertenencia a una nación se basa en la etnicidad que adquirimos en nuestra familia.

Un poco de historia 


En España, a mediados del XIX el nacionalismo español comenzaba a crear la nación española, con los mecanismos habituales de la época: programas escolares, invención de mitos y tradiciones, encargos de pinturas que desarrollaban iconos, etc. Y en este proceso participó la burguesía catalana que quería asegurarse un mercado para sus productos, y si había que abandonar el catalán, pues se hacía.

Pero en Cataluña existía una corriente democrática que se había manifestado desde 1835 y que se concretó en el Partido Republicano Democrático Federal. En las elecciones de 1869, las primeras con sufragio universal masculino, los “federales”, como eran conocidos, obtuvieron en Cataluña 28 escaños de los 37 en disputa (76%). En el resto de España, 54 de los 307 posibles (18%)[ii].

No todo el federalismo catalán era catalanista, pero parece indiscutible que en aquel momento el catalanismo democrático era mayoritario en la clase trabajadora. Sorprenden los debates del momento, que conocemos sobre todo por la prensa escrita, porque se parecen mucho a los actuales.

Como es conocido, en Cataluña el republicanismo federal fue cediendo su espacio al anarquismo en los siguientes años y hasta décadas, como si el rechazo al Estado español (que imponía quintas y consumos y no daba nada a cambio) fuera substituído por el rechazo al Estado en general.

Paralelamente, el Estado español centralista triunfó. El 3 de enero de 1874, después de más de tres meses de suspensión de la Cortes, un voto de censura contra el presidente Castelar iba a dar el gobierno de la República Española al Partido Republicano Federal, dispuesto a pactar con los cantonalistas, que habían protagonizado acciones en Castilla, Extremadura, Murcia... Un golpe militar lo impidió, y poco después, otro golpe impuso el nefasto régimen liberal conocido como “la Restauración”.

En estos momentos el catalanismo estaba en las filas de la democracia, y se mezclaba con el federalismo de raiz proudhoniana, extendido en toda España. El españolismo estaba... donde está ahora, al servicio de la oligarquía.


El diari La Tramontana se publicó entre 1881 y 1896 en Barcelona. En sus páginas convivían el republicanismo federal, el catalanismo, el anarquismo...

La burguesía catalana volvió a colaborar con la oligarquía española en la imposición del sistema diseñado por el conservador Cánovas y ratificado por el liberal Sagasta. Pero, poco a poco, se fue desengañando. Por la ineficacia del nuevo Estado, que pedía impuestos y ofrecía muy poco (infraestructuras...), por la escasa cuota de poder (un solo ministro de la burguesía catalana entre 1875 y 1898), etc, la burguesía catalana se sentía agraviada por diversas razones y fue inclinándose hacia el nacionalismo catalán. Y desarrollaron el programa del nacionalismo liberal, y se inventaron mitos y tradiciones, y encargaron pinturas que desarrollaban iconos, etc. Y su partido, la Lliga, comenzó a ser hegemónico a partir de 1901.

En las décadas iniciales del siglo XX tenemos tres nacionalismos identitarios en España, basados en principios étnicos: el español, el catalán y el vasco. Hay que reconocer que hasta 1917 la burguesía catalanista tenía un programa modernizador para el conjunto de España (dentro de los parámetros del capitalismo). A partir de 1918, la agudización de la lucha de clases echó al catalanismo conservador en los brazos del ejército español. 

Participantes republicanos no catalanes en la Asamblea de Parlamentarios de Barcelona. Se trataba de denunciar la regresión democrática de España y dar cabida a las reivindicaciones catalanistas. En el centro, de pie, Pablo Iglesias, fundador y líder del PSOE.


Ya en aquella época el españolismo no se reconocía como nacionalismo. Solo lo eran los otros. La existencia de la nación española y su Estado era “lo natural”, no era una opción que se pudiera discutir. En el debate de la Ley de Administración Local, en enero de 1909, el dirigente liberal Eugenio Montero Ríos decía:
 “El nacionalismo es un atentado contra la Patria, que no podemos consentir. Si mi partido transigiera con él, yo dejaría de ser liberal para ser solamente español.”[iii]

Pero subsistía un catalanismo de raiz popular y democrático, que fue creciendo hasta triunfar ampliamente en la década de 1930. Ello no quiere decir que no hubiera catalanismo identitario, con organizaciones parmilitares como las de otras ideologías, etc., pero era minoritario. Tambíen surgió un nacionalismo español crítico, de la mano del regeneracionismo, el que pedía cerrar el sepulcro del Cid[iv]. Ambos coincidieron en el republicanismo e intentaron llevar a cabo su programa reformista a partir de 1931, incluyendo el estatuto de autonomía de 1932. 

Por entonces, la reacción había asumido la forma del fascismo, en el que el nacionalismo identitario tenía una importancia enorme, alcanzando cotas de racismo probablemente inigualadas en la historia. El franquismo, la versión hispánica del fascismo, es sobre todo una respuesta de la oligarquía al reformismo republicano y a la posibilidad de la revolución social. Pero el españolismo y el fundamentalismo católico fueron muy importantes en la ideología y la su pràctica política. Y no hace falta recordar el baño de sangre y la represión que generó.

El españolismo quedó muy desprestigiado por su identificación con el franquismo, pero durante la Transición, el aparato franquista (que no fue ni molestado), con el ejército a la cabeza, veló por la limitación de posibles veleidades políticas progresistas, entre las que estaba el reconocimiento de naciones que no fueran la española. No cabe duda de que la Constitución de 1978, que se aprobó en aquel momento por ser considerada la mejor posible, se redactó bajo unas presiones militares que hoy son inaceptables.

La Transición desarrolló un catalanismo democrático e integrador, bajo la hegemonía ideológica de la izquierda en aquel momento, especialmente del PSUC. Lamentablemente el pujolismo le dio la vuelta al calcetín e impuso de nuevo un catalanismo étnico. Y poco después, resurge también el españolismo identitario. Al PSOE de Felipe González no le hizo falta, prefirió subirse a la ola de la modernización. Pero al PP de Aznar le sirvió para romper el techo de cristal postfranquista que arrastraba. 

En el prólogo de una publicación de la FAES de 2001 leemos:

Sin incurrir en el fundamentalismo nacionalista, asumiendo el carácter artificial, histórico, de toda nación y su respectivo imaginario, (...) se reivindica no ya el sentido sino el propio sentimiento de España como una realidad honda del sujeto, como revelación laica de la identidad, como tradición del corazón y como alegría de saberse parte de esa comunidad.”[v]

¡Sin incurrir en el fundamentalismo nacionalista!, y después basan la españolidad en un sentimiento hondo, una revelación laica, una tradición del corazón y una alegría de ser de una comunidad. Lo del carácter artificial de la nación y su imaginario lo tenían que poner porque era lo que argumentaban en aquel momento contra el nacionalismo vasco, sobre todo.

Hemos de recordar que en 2001 se presentaba el llamado “Plan Ibarretxe”, en el que se planteaba una relación que podríamos llamar federal entre País Vasco y España. Después de que el PP de Aznar lo llevara al Tribunal Constitucional, el Congreso de los Diputados lo rechazó en 2005. Y se acabó la discusión. Es lo que han querido hacer con el “procés” de Cataluña.

El nacionalismo español y “el procés”


A pesar de ser una sucesión de acontecimientos muy conocida, vale la pena recordar ciertas cosas. 

1er capítulo. En 2005, el 90% de los/as diputados/as del Parlamento de Cataluña aprobaron un nuevo estatuto de autonomía, que el presidente español del momento (Zapatero) prometió públicamente respetar. Dentro del PSOE, sin embargo, no todos pensaban así, e impusieron importantes modificaciones. 

Alfonso Guerra, en tono burlesco, explica como "han pasado el cepillo" al proyecto de Estatut.

En Cataluña, los españolistas representados por el PP no aceptaron el nuevo Estatuto, mientras que los catalanistas representados por ERC dejaron de darle su apoyo. En el referéndum de junio de 2006 solo participa el 49% del censo, y el sí gana con un 73%. Por cierto, el referéndum solo se hizo en Cataluña, como el de 1979, como el resto de los plebiscitos que afectaban a una autonomía que solo se han hecho en esa autonomía (País Vasco, Andalucía y Galicia). 

El PP comienza su campaña contra el nuevo Estatuto. En abril presenta en el Congreso una proposición para que el referéndum se hiciera en toda España, apoyada por poco más de 4 millones de firmas recogidas en apenas tres meses. Cuando Rajoy explicó la actuación dijo que era “una iniciativa que no era ni de derechas, ni de izquierdas ni de centro”, que se había hecho en defensa de la nación española” [vi]. Lo mismo que dijo Montero Ríos cien años atrás.

En el debate parlamentario de aquel mes, el futuro ministro Fernández Díaz afirmaba:

“(...) la nación es la gran comunidad (...) formada por hombres que tienen entre sí vínculos fuertes, diversos y entrañables. La nación es una comunidad que posee una historia que va más allá de la historia de las personas y de la familia.(...) La Constitución española reconoce una única nación, la española, en cuya indisoluble unidad encuentra precisamente su fundamento la Constitución (...)”[vii]

Y el PP presentó un recurso de inconstitucionalidad contra el nuevo Estatuto en julio de 2006. A pesar de que pidieron la tramitación urgente, la sentencia tardó algunos años. 

2º capítulo. La sentencia del Tribunal Constitucional (TC) se hizo pública en julio de 2010. Ya en su visita a Madrid de noviembre de 2007, el entonces presidente de la Generalitat, José Montilla, denunció que el PP presionaba al TC  como “maniobras para obtener el poder por medios no democráticos[viii]. El enorme retraso en la emisión de la sentencia, con unos miembros cuya pertenencia al mismo era discutible, las filtraciones, etc. incrementaron los recelos con los que fue recibida.

Independientemente de las cuestiones técnicas y jurídicas, aquel verano se produjo la ruptura. ¿Qué prevalece, un referéndum o una sentencia? El referéndum expresa la voluntad de un electorado, en este caso, la población de Cataluña. La sentencia del TC responde a otra lógica, la de una legislación española. Dicho de otra forma, ¿puede una parte de España hacer algo que va en contra de la Constitución, porque lo quiere la mayoría de la población de ese territorio?

Ante este dilema caben tres opciones. 1- se niega la posibilidad de hacer ese algo (el Estatuto) y se mantiene el status; 2- se negocia un cambio de la Constitución y el Estatuto para que puedan coexistir; 3- esa parte de España se va del país, si considera que lo que no le dejan hacer es lo suficientemente importante, y le permiten irse.

El PP y un amplio sector de los partidos, grupos y de la población de España optaron por la opción 1. La causa o la excusa, según para quien, es el nacionalismo identitario español, que  niega que España sea un país formado por personas que quieren formar parte de él. Para ellos, España es una realidad nacional étnica, histórica, etc. La secesión de una parte del país es inadmisible, no se discute. 

La traslación legal de ese principio irracional es la afirmación de que la población de Cataluña no puede decidir sobre muchos temas (entre ellos la autodeterminación) porque no es una nación. Solo el conjunto de la población española puede decidir las cosas importantes, porque en ella reside la soberanía, porque solo España es una nación.

El catalanismo social y político optó cada vez más por la opción 3. Según el españolismo por la manipulación y el adoctrinamiento de la población por parte de las escuelas, la televisión, etc. Es un argumento que podría aplicarse de forma reversible, y atribuir el españolismo de los españoles a esas mismas razones, ¿no?. Además, el crecimiento del independentismo catalán a partir de 2010 no coincidió con ningún cambio en la programación de TV3 ni de los planes escolares. El único que habló de manipular alumnos fue el ministro Wert: “Nuestro interés es españolizar a los alumnos catalanes.”[ix]

3er capítulo. Para respetar esa legislación española, el Parlament de Cataluña pidió al Congreso español que le cediera la competencia de la convocatoria de un referéndum. La sesión se produjo en abril de 2014.Duran i Lleida, entonces presidente de Unió Democrática, dijo:
Es gravísimo refugiarse en la Constitución para no resolver un problema político[x].
Rajoy afirmó:

Señorías. La soberanía del pueblo, la soberanía española corresponde a todos los españoles, a todos. No existen soberanías regionales, ni provinciales, ni locales; no existen ni se pueden crear, ni se podrían admitir, al menos con esta Constitución.”[xi]

Cataluña, por tanto, es una región, una provincia, y con la Constitución en la mano jamás será otra cosa y no podrá ejercer una posible soberanía. Fue la última oportunidad de que la legalidad española acogiera un referéndum en Cataluña. Si ese referéndum es ilegal es porque el PP y el PSOE así lo decidieron.

Las elecciones autonómicas de septiembre de 2015 se plantearon como plebiscitarias. Con una participación del 77,4%, las candidaturas abiertamente independentistas obtuvieron el 47,7% de los votos. Los partidos claramente unionistas, el 39,1%. El electorado de izquierda de CSQEP y de derechas de Unió, un 11,4%, no sabemos hacia donde se inclinaría, pero, eso sí, esas opciones apoyan la celebración de un plebiscito. Lo que se dio fue una mayoría de escaños independentistas, que tiró adelante la convocatoria de un referéndum de independencia, principal promesa electoral de las candidaturas independentistas.

Y se plantea abiertamente el choque entre dos legalidades, las dos democráticas, surgidas de sendas elecciones: la del parlamento español y la del parlamento catalán. Y la primera sojuzga a la segunda, porque el nacionalismo español no concibe que un parlamento autonómico discuta una decisión del parlamento español, no acepta que sea un dialogo de iguales, de instituciones equiparables por ser igualmente legítimas. Mientras tanto, el gobierno español ponía en marcha la guerra sucia contra el catalanismo (y alguno más). Eso ya no es tan democrático.



¿Puede el catalanismo convencer a la población española que vote opciones que permitan cambiar las leyes españolas y reconozcan la nación catalana y su soberanía? No ha sido posible hasta ahora. Los 39 millones de habitantes del resto de España votan en sentido diferente al de los 7,5 millones de habitantes de Cataluña. ¿Podemos considerar a la población de Cataluña un minoría a la que no se le atienden unas reivindicaciones colectivas expresadas porque una mayoría se las niega?

El catalanismo convoca un referéndum y el españolismo pasa por las dierentes fases, ningunear, ridiculizar y finalmente reprimir. El referéndum es ilegal porque no hubo la voluntad política de hacer las leyes que lo permitieran. Y no hubo esa voluntad política porque se partía de una ideología nacionalista identitaria que niega el derecho democrático a elegir el país en el que quieres vivir.

El españolismo no ha ofrecido más allá de la “alegría de saberse parte de esa comunidad”, que decía la FAES. ¿ Y los/las que no tienen esa alegría, ese sentimiento, porque tienen otro o ninguno? El catalanismo ofrece un referéndum, un proceso constituyente, un camino basado en la democracia.

Acabo de escribir estas líneas el lunes 25 de septiembre por la tarde. No sé qué pasará en los próximos días. Pero lo que pasó ayer me parece muy ilustrativo de la situación actual: una reunión de cargos electos que defienden el diálogo entre los de la opción 2 y 3 que mencionaba antes insultada, agredida y secuestrada por españolistas; y la policía no puede garantizar su seguridad porque la mayoría de los efectivos están en Cataluña persiguiendo urnas y papeletas.

Lo más probable es que la reivindicación de la soberanía de Cataluña sea una vez más derrotada. La “desafección” de la que hablaba Montilla se instalará. Pero los partidos españoles dan Cataluña por perdida, porque esta política en relación con Cataluña es la que les da los votos en el resto del país. Y eso es lo que me duele (me voy a permitir acabar con un apunte personal y emocional), que la represión de una reivindicación mayoritaria en Cataluña dé votos.

Y de como la Operación Cataluña está reduciendo la calidad de la democracia española ya ni hablo. Parece que se acepta como un mal necesario para preservar lo que impone el volksgeist español.


Posdata 1. (anochecer del 11 de octubre)

En pocos días hemos asistido a otra expresión hipócrita del nacionalismo español identitario. Por un lado, en el discurso de Mario Vargas Llosa tras la manifestación del 8 de octubre, sobre un mar de banderas españolas (y algunas catalanas) y pancartas de exaltación nacionalista (españolista) afirmó:

El nacionalismo ha llenado la historia de Europa y del mundo, y de España, de guerras, de sangre y de cadáveres. Desde hace algún tiempo, el nacionalismo viene causando estragos también en Cataluña.”

Se le olvidó decir qué nacionalismos eran los que habían llenado España de guerras y cadáveres. El catalán, el que menos, seguro. El español, el que más, con diferencia, el que él estaba defendiendo. Pero siguen con la incomprensible cantinela que lo suyo no es nacionalismo.
Y a renglón seguido defendió la existencia de España no en la voluntad de los ciudadanos, en el contrato social, el acuerdo, sino en los 500 años de historia conjunta. También se le olvidó decir que esa historia conjunta contiene dos guerras de separación y unos 150 años últimos con reivindicaciones de autogobierno mayoritariamente no atendidas.
Todo muy racional, democrático y legal, sobre todo legal, desde una legalidad impuesta desde el control de las instituciones y la superioridad demográfica.

Fotografia de la mnifestación del 8 d'octubre de 2017, según http://es.rfi.fr/americas/20171008-las-fotos-de-la-marcha-en-barcelona-cataluna

El portavoz del PP en el Parlament de Catalunya, en su intervención, afirmó que los manifestantes del día 8 habían ido no solo para defender una realidad jurídica.

Alzamos la voz para dar visibilidad a un sentimiento de pertenencia, a un gran proyecto como nación que es España. España, señor Puigdemont y señor Junqueras, no es una ocurrencia ni un invento artificial, no señores, somos la nación más antigua de Europa (...)”

A la espera de las declaraciones de Vargas Llosa contra esta tremenda expresión de nacionalismo y tergiversación histórica solo nos queda seguir denunciando que el españolismo en estos momentos es una ideología irracional, identitaria y por tanto basada en principios no democráticos.
No cabe esperar diálogo ni reconocimiento de la población catalana como sujeto de soberanía política. Ambas cosas vulnerarían principios incuestionables, arraigados en esencias fuera del debate.
Acabo enlazando dos artículos que me parece que arrojan luz sobre la situación, basados ambos en la razón y en argumentos racionales, y por tanto discutibles, de dos cabezas muy bien amuebladas (mejor que la mía), los de Antonio Turiel y Joan B. Culla.


[i] HOBSBAWN, Eric. Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, 1991
[ii] TERMES, Josep. De la Revolució de setembre a la fi de la Guerra Civil, Barcelona, Ed. 62, 1987, pág. 20
[iii] El año político 1909, pág. 28.
[iv] La frase de Joaquín Costa, una figura muy minusvalorada, fue: «En 1898, España había fracasado como Estado guerrero, y yo le echaba doble llave al sepulcro del Cid para que no volviese a cabalgar.»
[v] GARCÍA DE CORTÁZAR, F. (coord.). La nación española: historia y presente, Madrid, FAES, 2001 http://www.fundacionfaes.org/file_upload/publication/pdf/20130426104102la-nacion-espanola-historia-y-presente.pdf
[vii] Diario de sesiones del Congreso de los Diputados, 26 de abril de 2006, pág. 8575 http://www.congreso.es/public_oficiales/L8/CONG/DS/PL/PL_171.PDF
[viii] https://elpais.com/diario/2007/11/08/espana/1194476422_850215.html Aquel día Montilla denunció la falta de inversiones públicas en infraestructuras en Cataluña y el peligro de una posible “desafección emocional” de Cataluña hacia España. http://www.publico.es/politica/montilla-advierte-desafeccion-catalunya-hacia.html

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